lunes, 7 de abril de 2014

Rapiña.

Aquellos son seres extraños, son de estatura enorme, poseen cara pálida, grandes espaldas y al hombro una bolsa repleta de dulces. Ahí viene uno, cuídate, no los mires a los ojos porque querrás amarlos, desnudarlos, despojarlos de manera absoluta, comenzarás por el dedo índice para terminar saboreando la deliciosa piel achocolatada de todo su brazo, luego los hombros, te detendrás en sus cuellos y con una enorme mordida experimentarás la gloria,  pero ten cuidado, porque una vez que pruebes de esta delicada existencia, quedarás maldito, nunca más volverás a soñar, jamás dormirás, y entonces, sólo entonces, MORIRÁS. 

Sexo abajo.

Suena el piano, tus dedos largos sobre mis piernas, mis pies, regresas a mis rodillas, buscas mi sexo, no existe nada excepto eso, soy un ser antropomorfo, no poseo cara, no poseo torso, nadie conoce nada de mí excepto eso, desearía tener un cuello, una boca, disfrutar de tocar una propia manzana de Adán como la de aquellos hombres, poder oler a mis amantes, sentirlos, tocarlos con las manos, con los ojos, que sus pestañas me acaricien las mejillas. Comienza el adagio, me lastimas, muerdes mis rodillas, el tiempo se paraliza, Adán ha muerto, espero a mi siguiente amante. 

Malvaviscos.

Mis dedos sobre el teclado, trato de encontrar una letra, una palabra que empiece con dicha letra, pienso en “malvavisco”,  tus labios rosando el color rosa de un malvavisco, pienso en tus dientes blancos,  en tu mandíbula abierta a metros de distancia, lejos de la mía, te imagino en Rusia, caminando por las calles de Moscú, admirando las “casas-cebolla” como solías llamarlas. Abres la boca, tu lengua palpita mientras se acerca al color rojo de la plaza, me devoras, pronuncias mi nombre lamentándote, quieres morir, Moscú se enciende, está nevando, es de noche, la Plaza Roja te devora, quedó sangre, quedaron malvaviscos, prepararé un café. 

martes, 18 de febrero de 2014

Manicomio.

Yo no puedo escribir, es por eso que dejo esta grabación a mi confidente, confío en que ella, sí, así es, ella, hará lo correcto con dicha cinta. Me atemoriza la muerte, no puedo estar de pie sin lanzarle un reto y fallar en el intento. Detrás de sus ojos negros y huecos se encuentra el vacío, infinidad de figuras femeninas con sexo de hombre, voces que resuenan en eco dentro de su cuerpo, llegan a mí desde su cráneo hasta mis oídos, tonos barítonos y agudos.  Apenas ha pasado un minuto, escucho pasos, yo sé que es Lorenzo. 


(Fin de la grabación).




domingo, 22 de septiembre de 2013

Del corredor no pasas.

“Sobre el cuerpo de Adán descendió el primer zopilote,
uno de cuello atroz y alas ruidosas,
como las de una cucaracha gigante”.
José Revueltas.

Era a la edad de seis años cuando mi abuelo me mandaba a la tienda por caguamas, eso cuando tenía ambos pies, los dedos completos  y aun no le daba la diabetes. Me cuenta mi padre, que a la edad de ocho años, en 1942, venía mi abuelo desde algún pueblito de Hidalgo, que lo traía su padre, que venían en camión rumbo a la capital, a la colonia Bondojo a vivir de la venta de pollos, también dice que él mismo (mi abuelo) era quien los mataba, el que desplumaba a las pobres criaturas que después de ser asesinadas quedan amarillas, casi como el color de la hepatitis, para luego dedicarse a rellenar almohadas y a la venta misma de las plumas por tres décadas de vida.

Fue entonces, al ver terminada su pequeña mina de oro, cuando se aventura ahora a vender frutas y legumbres, a establecer su “negocito”  que le duraría bastante tiempo, porque de eso yo si me acuerdo, yo llegaba de la escuela y me metía a su changarro a saludarlo, me mandaba a “La China” por caguamas, me daba dinero y yo iba por ellas, también fumaba, fumaba puros, aunque eso si me lo contaron, porque yo nunca lo vi prender ni un triste cerillo.

Nunca tuvo estudios, sabe sumar y restar, pero no más. Ahora que es un anciano, que usa silla de ruedas y que casi no habla, es el perfecto estereotipo del  triste viejo campesino urbano, yo no me atrevo a mirarlo a los ojos, le tengo miedo a su tristeza, si acaso lo miro de reojo y al bigote, siempre con la cabeza baja, su cara es el molde que le dio forma a la cara de mi padre, a las de mis tíos y de paso a la mía y a las de mis primos, todos con la misma cara de pelado, del que dio paso a una identidad errónea, a la maldición de la maceta, a ser aves de corral condenados a vivir dentro de una jaula para perico verde.

De mi abuela yo casi no sé nada, sé que se casó muy joven, que venía de Puebla, recién me he enterado de los supuestos engaños de mi abuelo, pero la verdad es que nadie cree eso, se podría decir que desde que le amputaron el pie a mi abuelo, nadie la toma en serio, o al menos eso es lo que dice ella, es igual de melancólica que su esposo, aunque ya ni se hablen, ni duerman en la misma cama, se han hecho muy aparte el uno de otro ahora que son viejos, yo solo los veo juntos en fotos, uno me recuerda a Adán y el otro a una Eva metamorfoseada en Lilith, ambos desterrados del mismo edén, ambos con la cabeza agachada: Lilith con las manos en el pecho y expresión de enojo, y Adán, siempre con su mirada cansada.

Yo siento que mi madre casi no quiere a mi abuela, dice que siempre está de malas, que es imposible hablarle o darle los “Buenos días”, sin embargo, en mis recuerdos, persiste la imagen de dos mujeres charlando, la más vieja quejándose egoístamente, pidiendo que la lleven de regreso a su tierra, chingando a mi tío de que la lleven en el taxi a la central de autobuses, siempre lamentándose, yo la noto cuando sale de su cuarto únicamente para usar el baño, todo el tiempo con una mueca en los labios.

Yo prefería a mi otra abuela, la madre de mi madre, aunque no hayan convivido mucho la una con la otra en otro tiempo, ahora son como uña y mugre, pero ese no es el caso, me ha contado que su madre, mi bisabuela, llegó a subirse a una carrosa tirada por caballos, antes de que la ciudad de México se llenara de autos, porque autos ya había, también cuenta que ella (la madre de mi madre) viajó una vez en tren, rumbo a Veracruz. Hubo un tiempo en el que mi abuela tuvo que cuidar de mi bisabuela, pobrecita, es una viejecita de quién sabe cuántos años, sus hijos ya no sabían qué hacer con ella, es por eso que se la habían enjaretado a mi abuela, nunca quería comer, si acaso tomaba té o  café y pan, pero siempre batallando con la comida, luego vinieron mis tíos por ella, después de dos años para llevársela a otra hermana, decían.

Cada que llego con mi abuela, me invita a tomar asiento y me sirve uno o dos platos de sopa, disculpándose de que no hay dinero, siempre pensando en su pobre casa, a ella, también le ha dado la diabetes, todo por hacer corajes, se los ha hecho pasar uno de mis tíos.

“Del corredor no pasa, naciste para maceta”, se dice que el mexicano siempre anda pensando en jodidez, que el que no se sirve en la misma salsa de sus defectos no es humilde, todos somos de la misma estirpe, somos la sentencia de un montón de pelados, héroes agachados que buscan volver a donde según ellos pertenecen.






viernes, 12 de abril de 2013

Tarot (Parte I)





Soy practicante de la magia celta, una rota bailarina, mi personalidad fetichista me ha llevado a conocer los límites de la imaginación humana, explorar todas las geografías metafísicas no descritas en libros por los escépticos hombres de mundo, soy yo la inventora de nuevos términos basados en el vocabulario latino para la traducción de mágicos textos antiguos, es mi vanidosa figura quien también me ha llevado a  callar los secretos que llevo en la escalera de mi seductora espalda y, sobre todo, a reprimir cada impulso erótico de mis pezones siempre en estado erecto.

Con la plateada brújula oculta por debajo del lunar de mi seno izquierdo, bien guardado en mi verde vestido de hechicera, dependiendo de la dirección que marque la vehemente aguja, levanto mis brazos formando una perfecta simetría con  ambos hemisferios de mi cuerpo, alineándolos a la altura de mis hombros y con un delicioso movimiento de mis manos siento lejano ya el tacto de mis redondeados brazos. Siendo bailarina acaricio el cielo llevando un poco de rocío a cada pensamiento eléctrico que cruza por mi eje, realizando piruetas desde mi cintura hasta mis largas piernas. Mirando el diminuto reloj clavado en la pared, vuelvo entonces a acentuar mis caderas colocando ambos brazos sobre ellas y es pa… de bure, pa… de bure.  Adagio: He conjurado un primer hechizo, mi cuerpo es de arena y se ha vuelto inherente al tiempo, vago entre la relatividad de la horas y continúo mi danza sin que la gravedad me devore por sus terroríficos hoyos negros.

Mi único espectador, el libertino lector de manos, ha sacado de sus bolsillos un objeto no bastante satisfactorio con el cual yo, en una adolescencia no olvidada pero marchita, acariciaba con su filo los tallos de las flores rojas del jardín de mi madre...